Una obra que utiliza los medios de la publicidad para llevar a cabo una feroz crítica a, justamente, la publicidad ¿es auto contradictoria? ¿poco ética? ¿manipuladora tal vez...?
Cuando el público leyó y digirió el libro "99 francos" de Frédéric Beigbeder, lo erigió como uno de los portaestandartes del movimiento anti-pub (contra la publicidad), gracias al cual durante todo un mes de diciembre los afiches del metro parecieron obras de un artista neo realista: a medio arrancar, descubriendo imágenes anteriores, más bien abstractos; para protestar. Cuando supe que el autor se había desmarcado de tan divertida iniciativa me sentí engañado, más aun cuando supe que Beigbeder había achacado la cuestión a un malentendido: nada me choca más que las figuras públicas que se substraen a las consecuencias de sus actos alegando que no dijeron lo que escuchamos...
Ahora bien, 99 francos (la película) tiene el gusto de ser mucho más franca que el texto, probablemente porque la publicidad es más fácil de abordar desde la imagen que desde la palabra escrita. Pese a haber cambiado sensiblemente el final de la historia —con toda la razón del mundo, creo yo— la cinta cuenta lo mismo: unos cuantos días de la vida de Octave Parengo, un creativo publicitario cuyo éxito es inversamente proporcional a su felicidad (a la real, pues a punta de esnifar cocaína todo el día, vive de mejor humor que un presentador de televisión), el cual se debate entre el cinismo necesario para encajar los desplantes de unos jefes sin la más mínima sensibilidad artística, obsesionados por lo demás con los dividendos, y las ganas de mandar todo al carajo. Su cabeza es un hervidero, y en ese sentido creo que es un acierto de la película el haber utilizado sin abusar la voz en off: un manifiesto o se lee o se recita, pero no se puede mostrar.
En contraste con el libro, pues, la cinta tiene la ventaja de mostrarnos los proyectos de Octave, los ataques que sufre cuando sus jefes meten sus patotas (casi escribo editores), y los objetos entre los que evoluciona el personaje. No es de extrañar que uno de los escritores centrales en la formación de Beigbeder sea Georges Perec, autor de "Las cosas".
Aunque todo lo anterior sea muy interesante, podrá decirse un desprevenido lector, ya va siendo hora de que digamos si en cuanto película (y no sólo en cuanto adaptación) 99 francos es buena, o no, o qué. Y mi subjetiva respuesta es que sí: es buena. Jean Dujardin interpreta con perturbadora precisión a Octave. El mundo de la publicidad (sus espacios, su vestuario, sus objetos) es recreado con la obsesión de un anticuario del futuro. La colorida fotografía le sienta la mar de bien al tema y al personaje, amén de a los objetos en juego. Y el guión que se le distribuye al espectador con una pizca de ironía (una pizca gigante) es un regalo que hace reír; con amargura.
Para contestar a las preguntas por la que debuta este texto, ahora que conozco mejor las intenciones del autor creo que así como no hay que tragar enteras sus declaraciones, tampoco hay que tener el gatillo muy sensible a la hora de criticarlas. Aunque es evidente que en 99 francos se ataca ferozmente la manera de ejercer la publicidad en nuestros días, no se puede decir que la obra (incluyendo el libro) condene la profesión en su conjunto.
Pero en ese caso, ¿cuáles podrían ser las características de una publicidad responsable? No tengo la más mínima idea. Pero sinceramente comienza a parecerme que tratar de rechazarla de plano puede ser estéril; tenemos que comenzar por aceptar que nos gustan los objetos: mirarlos, tenerlos, pasearnos entre ellos. Luego (es decir ahora) viene la gran pregunta: ¿Cómo queremos tenerlos?