
Bob le Flambeur (1955) / Director: Jean-Pierre Melville / Guión: Jean-Pierre Melville y Auguste Le Breton / Intérpretes: Roger Duchesne, Isabelle Corey, Daniel Cauchy, Howard Vernon, Guy Decomble.
“Las cerraduras son como las mujeres. Para conocerlas hay que practicar”.
Bob le Flambeur comparte muchos puntos en común con la magnífica Rififi, de Jules Dassin. De hecho, fueron estrenadas el mismo año, Auguste Le Breton trabajó en sus guiones y los argumentos son muy similares al basarse, ambas, en la planificación de un robo liderado por personajes con pasado carcelario y maneras de profesionales que aparentan tenerlo todo bajo control.
Aunque Bob (Roger Duchesne) es un jugador empedernido, la fortuna le ha abandonado mientras él insiste en dilapidar su dinero perdiendo partida tras partida. Es un hombre de edad que ha estado en la cárcel, pero su generosidad le lleva a dar cobijo a una bella joven sin más futuro que buscarse la vida en la noche. Un día, surge la oportunidad de dar un gran golpe que le permitiría no sólo escapar de los problemas económicos, sino también satisfacer su necesidad de sentir la emoción del riesgo. Planea un atraco al Casino de Deauville y para ello reúne a un grupo de hombres cuya labor está perfectamente definida. Desvalijar la caja fuerte puede ser una jugada maestra. Sin embargo, un factor imprevisto hace peligrar el éxito de la operación…
Como es habitual en el estilizado cine de Jean-Pierre Melville, los personajes son escasamente expresivos, algo herméticos y transmiten las emociones justas. Enfundados en trajes, gabardinas y sombreros y sosteniendo eternos cigarrillos, son delincuentes metódicos, formales, elegantes y que actúan conforme a un código. En este caso, Bob es un hombre de personalidad compleja que mantiene una relación de amistad con el comisario, quien sospecha de la ejecución del robo y trata de disuadir a su amigo del intento por todos los medios.
El final, trágico y fruto de la ironía del destino, confirma el azaroso deambular de un protagonista que arriesga la vida como quien apuesta a todo o nada, probablemente debido a una actitud algo suicida que tiene asumida. La última frase de Bob indica bien a las claras que, para él, la delincuencia es un juego.
No me resisto, por otro lado, a hacer una mención sobre los roles femeninos y masculinos en esta película. Tenemos a tres mujeres: la joven buscona y la pérfida esposa de uno de los implicados en el robo que, voluntaria o involuntariamente, originan la perdición de los varones, mientras que una camarera, como excepción, se ofrece a prestar dinero a Bob para que éste renuncie al golpe. Además, no se consolida un enamoramiento entre hombres y mujeres, pero sí tenemos, en cambio, una amistad verdadera, como apuntaba, entre el policía y el ladrón. Ellas poseen un papel accesorio y Melville hace surgir tímidamente el romanticismo para después huir de él, dotando, así, de mayor peso a la relación masculina que al tan acostumbrado romance de otras películas. Una lección, por cierto, que sigue a pies juntillas el Michael Mann de Heat o Collateral, director que, seguro, habrá bebido a borbotones del cine del francés. Curioso.
Bob le Flambeur pertenece a la mejor tradición del cine de atracos (im)perfectos y cuenta con la espléndida labor en la fotografía de Henri Decae, habitual colaborador de Melville. Son garantías de calidad para una película que, si bien no alcanza el magistral nivel de El silencio de un hombre o El círculo rojo, se antoja interesante para cualquier espectador con gusto por los atracos y el cine negro francés.